Por Juan Carlos Loera De la Rosa-Tuve la
oportunidad de conocer personalmente al licenciado Andrés Manuel López Obrador
en un caluroso día de junio del 2012 en un vibrante cierre de campaña en Ciudad
Juárez. En aquel tiempo nuestra ciudad sufrió por la guerra declarada por el
entonces presidente Felipe Calderón Hinojosa al narco y como consecuencia
existía un gran deterioro del comercio local y de otras actividades económicas.
Se calcula que al menos 200 mil personas abandonaron la ciudad y una parte
importante de ellas trasladaron su residencia a El Paso, Texas, lugar en el
cual desde hace más de 25 años he realizado mi actividad comercial.
En ese
exilio obligado, tuve la oportunidad de coincidir con muchas personas que en
ese momento y hasta la fecha simpatizan con la propuesta de nuestro actual
presidente Andrés Manuel López Obrador, y luego de largas pláticas respecto del
proyecto de la Cuarta Transformación decidimos organizar varios actos públicos
en la Plaza de San Jacinto, en el centro de El Paso, en la Universidad de Texas
en El Paso (UTEP) y el Consulado General
de México en esa ciudad, concluyendo esa serie de actos públicos con una
vívida marcha que traspasó la frontera hacia México por primera vez en la
historia en apoyo a un candidato presidencial: AMLO.
El arribo
al mitin fue muy vistoso y captó la atención de Andrés Manuel. Esa fue la
primera vez que lo escuché referirse a la gran aportación que los migrantes
mexicanos que trabajan y viven en Estados Unidos hacen a nuestro país, a tal
grado que en la actualidad los reconoce como “héroes vivientes”. Esa misma tarde tuve el honor de ser invitado
por el entonces candidato para conversar en privado sobre las principales
problemáticas de la frontera y de la comunidad migrante.
Semanas
después, el ya para entonces concebido PRIAN consumó el fraude electoral que
nuevamente le arrebataría la presidencia a López Obrador y a la izquierda
mexicana con la anuencia descarada del ex presidente Vicente Fox Quesada; al
arribo de Enrique Peña Nieto a la Presidencia formalizaron con el mal llamado
“Pacto por México”. Pero Andrés Manuel no se doblegó y en octubre de 2012
convocó a asambleas en los 300 distritos electorales para que los leales al
movimiento decidiéramos buscar la vía electoral y pacífica como partido o
mantenernos como un movimiento ciudadano e independiente.
Fueron
momentos muy difíciles, algunos de los beneficiarios del movimiento
obradorista, que habían ganado posiciones de elección popular, empezaron a
alinearse al pacto peñanietista generando desánimo y desesperanza entre quienes
nos manteníamos fieles al proyecto de la hoy denominada 4T por el oportunismo develado
por esas personas.
Bajo la
tempestad y ante la desbandada, decidimos por mayoría absoluta construir Morena
como partido político, establecer nuestra declaración de principios, programa y
estatutos; pero para ello, primero tendríamos que conformar la autoridad máxima
de nuestra organización: el Congreso Nacional del Movimiento, compuesto por
diez representantes de cada uno de los 300 distritos electorales federales que
hay en el país.
Lograr el
quorum para dar validez a las asambleas fue realmente épico, batallamos
bastante, pero al final lo logramos. Fueron tiempos de idealismo, de esperanza
y de mucha mística; de compañeras y compañeros convencidos de la necesidad de
una transformación y de que la “tercera” era la vencida. No podíamos claudicar,
estábamos firmes en que la revolución de las conciencias era posible con la
organización dirigida por nuestro líder, el licenciado López Obrador.

Finalmente,
el 20 de noviembre de 2012 el Movimiento de Regeneración nacional se convirtió
en partido político, con un plan de acción centrado en la defensa del petróleo
y el registro oficial ante el Instituto Federal Electoral (IFE). Teníamos menos
de un año para cumplir con los requisitos, entre ellos realizar al menos veinte
asambleas estatales con tres mil miembros fundadores por estado. Tuve el honor
de ser parte de la primera dirigencia nacional de Morena, y me consta que el
trabajo de todos los compañeros fue voluntario, sin sueldos ni viáticos y
enfrentados a una realidad en la que, hasta los gobernadores de la supuesta
izquierda, que llegaron a sus cargos gracias al voto obradorista, nos dieron la
espalda. Fueron tiempos verdaderamente difíciles, pero un puñado muy valioso de
diputadas, diputados y senadores respaldaron nuestra lucha y dieron la batalla
ante las reformas estructurales promovidas por los legisladores neoliberales
del PRI y del PAN.
Finales de
fotografía se vivieron en muchas de las entidades de la república para alcanzar
el quorum en las asambleas que nos permitiera alcanzar el registro como partido
y Chihuahua no fue la excepción. El 13 de octubre de 2013 logamos el registro,
pero habría que mantenerlo y enfrentarnos al proceso intermedio
(tradicionalmente desairado) del 2015.
Así como batallamos para lograr los
quórums en las asambleas constitutivas, a diferencia de lo que hoy ocurre, se
nos dificultaba encontrar candidatos que representarán a Morena en las
elecciones, y hace unos días el Presidente López Obrador recordó ese hecho y
comentó que “ahora hasta se las pelean”.
¡Claro! en
esto de la política hay muchos tiburones y oportunistas, lobos disfrazados de
ovejas, que a la primera oportunidad sacan la cola para trepar; lo dijo AMLO:
usan la política del chango, van de rama en rama, se agarran de la cola en una
rama y no la sueltan hasta que con la mano agarran la otra.
Ni modo, así es
esto de las mayorías, hay que hacer política, dicen los del pelo engominado
que, después de haber aprovechado las siglas del movimiento y una vez en los
cargos, se corren al centro para quedar bien con todos y claman a los cuatro vientos
que no son de izquierda, como el alcalde de Juárez, quien públicamente lo ha
expresado y demostrado con hechos, pues está rodeado de un gabinete con pasado
y presente conservador.
Nuestro programa dice textualmente: Morena es una
organización política amplia, plural, incluyente (pero también y muy claro
establece) y de izquierda.
En 2015
tuvimos una laboriosa renovación del Congreso, Consejo y Comité Nacional de
Morena. Para entonces, la situación no había cambiado mucho, México padecía el
intermedio de la algidez neoliberal. En Chihuahua, César Horacio Duarte Jáquez
afilaba los colmillos para extender su poder y en Morena casi todos los
candidatos sabían que ganar una elección en tiempos aciagos para la izquierda
era casi imposible; pero había que mantener el movimiento para la causa
principal: la victoria en el 2018.
Luego de la
histórica batalla del 2018 -la cual ha cambiado el rumbo de la Nación- y de
sendos procesos electorales con victorias mayoritarias de Morena en 2021 y
2022, ha llegado el momento de la renovación de sus dirigencias, sobre todo las
estatales, que tienen ya siete años en el encargo. La mística, la convicción
por la transformación y la incansable lucha del desprotegido contra el dinero
están vigentes, pero también hay un acecho desmedido de quienes fueron
invitados a sumarse a la causa para derrotar al PRIAN en 2018 y años
posteriores con la intención de sacar de casa a los anfitriones.
Coincido
que todos tienen derecho, pero debe haber sensatez en quienes llegaron de otros
partidos para que con el tiempo vivan esa mística de quienes lucharon por
décadas, por conocer la historia de los movimientos del Pueblo, por ser
empáticos con los más desprotegidos, por formarse con una nueva forma de
actuar, basada en valores democráticos y humanistas y no en la satisfacción de
intereses egoístas, de facción o de grupo.
Me gustó
mucho la reflexión del actor Damián Alcázar en sus redes sociales: “El voto de
ex panistas y ex priistas ayudó mucho para que AMLO ganara la Presidencia, pero
eso de que los nuevos quieran mandar en Morena ya es otra cosa que los
verdaderos obradoristas no deben permitir. Por eso hoy les quiero pedir que
participen en el proceso interno de Morena para elegir a los mejores perfiles a
consejeros, no voten por los que llegaron hace poco, aunque ya apoyan al
movimiento, no es conveniente que ganen las delegaciones.
Con respeto
les pido que voten por los que iniciaron en Morena, los que creyeron en el
cambio desde que se fundó el partido; no voten por el priista o panista que se
unió hace dos o tres años.
No creo que
esta postura demerite a nadie, por el contrario, es un acto de justicia para
aquellos compañeros y compañeras que han luchado toda su vida; es también un
acto de congruencia porque, insisto, aunque en Morena no hay pensamiento único
si hay una historia detrás de la organización que viene desde muy lejos, de las
luchas y movimientos campesinos, obreros, estudiantiles, de la diversidad
sexual, de la defensa de la soberanía, el patrimonio colectivo, la dignidad, la
justicia y las libertades, elementos que por mucho tiempo los partidos de la
derecha (PRI y PAN) dilapidaron y en las que algunos de nuestros ahora
compañeros fueron parte.
Reconozco
que nunca es tarde para recapacitar. No dejaré de reconocer la valiosa aportación
de nuestros compañeros que se cansaron de ser parte de las injusticias, pero
justo también es que sean pacientes, al fin y al cabo, la conquista democrática
del 2018 se fraguó durante más de 50 años.