—A fines de noviembre
recibí en mi Whatsapp un flayer, la invitación para el concierto
anual de Eskirla, que esta vez
será en el Parque El Mirador. Rodolfo Borja, líder de la banda, toca una vez al
año para sus groupies, que desde 1968
lo hemos seguido en cuanto bar, palacio o sala-comedor se presenta, y siempre
aprovecha para prendernos con lo más nuevo de su material de su hoy por hoy
legendario grupo
—y hace el riff del
aire, como buen fanático del Rock—. Nomás que ese concierto tendrá un especial
significado para mí, verás: Rodolfo escribe casi todas las canciones —yo lo
tengo en mi lista de los poetas de la ciudad, por la calidad literaria de sus
letras, pues, además de ser chingón como guitarrista, escribe potente, con
profundidad y mucho estilacho. ¿Me sigues? Bueno, además de eso, de vez en
cuando, muy de vez en cuando
—lo dice prolongando las vocales y entornando los
ojos—, hace canciones produciendo arreglos para textos de otros escritores de
Chihuahua, como aquellas dos canciones que compuso con poemas de Sergio Durán,
¿recuerdas?
—Mjm…
—¡Pues resulta que
este año me saqué esa valiosa lotería! En febrero me llamo, muy serio como
siempre habla, y me dijo que si “le permitiría” hacer una canción con mi texto
“Blues llamado C. N.”, el que viene en la página 24 de mi libro Coralillo
—la
satisfacción lo hace inspirar hinchando las alas de sus narices para
continuar—: En mayo me invitó a su estudio de grabación para que oyera el
arreglo: sonaba precioso, ¡celestial! Mi sencillo y modesto poema se oía en
o-tra di-men-sión del arte: trascendió en la música. Y en este concierto de
diciembre, esa canción será uno de los estrenos del grupo. ¿Quieres ir conmigo?
—Elsa Inés hizo una pausa de corchea y, mientras su corazón requinteaba,
respondió:
—Mjm…
Estrofa
—Cuando veníamos para
acá, dijo que debía prepararse para esta noche tan especial y no caer en la
simpleza de comprarse una playera negra con estampas rockeras, porque dice que
así se las ponen los rucos fresas que luego de años se “prenden”. Agregó que él
era rocker desde joven, y lo sería siempre; hasta levantó el puño estirando
solo tres dedos.
Pues sería como audiencia, porque no sabía tocar ningún
instrumento y, que yo supiera, nunca perteneció a algún grupo musical, ni
siquiera en prepa. Al último se compró esa camisa, tan siquiera para no parecer
adulto mayor.
Estribillo
“Debo llegar
debidamente hasta la madre, como va uno a todos los conciertos —pensó para sí—. Aunque eso representa un
problema, ya no frecuento a los contactos que me surtían el material.
A ver,
¿desde cuándo no le entro? ¡Uh, desde
fines del siglo pasado que la dejé! Me gustaría decir que fue porque se lo
prometí a mi madrecita en su lecho de muerte, pero no.
La dejé por una causa
vulgar y de lugar común: por prescripción médica: mi psiquiatra salió con la
friolera de que la goma de la mota se acumula y se cristaliza en la próstata. Ups.
Ni modo, adiós para siempre a esa zona de mi imaginación…”
Interludio
Empezó la batería. El
bajo y la guitarra eléctrica entraron a revolotear a su alrededor. Aquello fue
la chispa del origen de la vida.
Abrió grandes los ojos como si así pudiera
saborear mejor la música. Era dulce, dulcísima. Volteó a mirar a Elsa Inés y se
sintió adolescente, en El Paraíso.
—¡Ese es mi poema! ¡Ya
va a comenzar a cantarlo, escúchalo! —Ya sentía que cada palabra florecería en
sus oídos y que de esos frutos probaría Elsa Inés, y que su placer sería eterno
cuando Rodolfo cantó:
“Carmen, pasajera
sutil
en los trenes de mi
corazón…”
Elsa Inés, arrebolada,
se levantó de su silla, cerró los puños y los puso en la cintura, como una
bella ánfora romana, y arqueó la ceja, levemente furiosa.
—¿A quién le dedicaste
ese poema?
—Cálmate, mi preciosa.
Eso lo escribí en los años ochentas del siglo pasado, ya ni me acuerdo de ella,
creo que ya hasta se murió —se justificó—. Luego hablamos de eso allá afuera.
Aquí tenemos que hablar a gritos, por el ruido.
—Mjm…
El blues es una
Celestina para los corazones atormentados:
“Agitabas un pañuelo
blanco
−te despediste muy
seria−”
La letra de la canción
se abrió paso entre los pensamientos de Pilo para advertirle que repetía la
historia. No quería verse abandonado nuevamente, no a su edad. Y le dio un
tierno abrazo. Ella, siempre tan amorosa y dueña de sus emociones, le acarició
un poco la melena, correspondiendo al beso.
Con la adrenalina del
concierto, Elsa Inés no perdió oportunidad y discretamente le pellizcó las
nalgas. Quería complacerse en saber que aquello era real, y no un solo un rico
alucine.
The end


Jesús Chávez Marín y Rafael Cárdenas Adrete