… “la lectura no necesariamente debe de ser de literatura, sino de todo
aquello que a los jóvenes les interese y les enriquezca”
En la obra "Cuatro habitaciones de Mariana" Jesús Chavez Marín, inició a leer la serie de ralatos cortos en 2014, desarrollados por Arelí Chavira, una escritora de sencilla originalidad que desde la primera línea te atrapa en la lectura gozosa y reflexiva.
Arelí cuenta la vida cotidiana que todos vivimos en esta época de claridad
y apuros; de pronto en sus personajes aparecen conceptos muy armónicos con la
trama, el punto de vista del discurso narrativo es el de una serena ironía a la
vez desencantada y afanosa.
En sus cuatro libros de relatos: Mudanza de Jazmín, Lo que nos
unió, Zona de amigos, y ahora incluye este tercero,
titulado Cuatro habitaciones de Mariana, se trasluce una estructura muy
afianzada en la lógica y en el vuelo simbólico.
Además de ser libros de relatos
independientes con su principio, desarrollo y final, los textos se organizan en
una especia de secuencia novelística, ya que en los cuatro libros aparece el
nombre de una mujer, Jazmín, Alba o Mariana, y la evolución de esos personajes
pasa por distintas etapas de la edad, desde la niñez hasta la ancianidad, y por
sucesivos estados civiles o laborales; también cruzan con soltura de la fábula
realista a la literatura fantástica y onírica, que le dan al acto de la lectura
un sabor de leyenda magníficamente construida.
Cuatro habitaciones de Mariana abren con el relato “La ventana de
los treinta”, donde una mujer tiene un reposo de soledad en el que medita sobre
su propia condición. En su monólogo interior se oyen estas palabras:
Página 14: por fin era dueña de su mirada
Esta toma de conciencia define el tono y el punto de vista de lo que
habrán de ser los relatos que vienen.
En el segundo relato todavía aparece Mariana en el inicio de su
evolución, con una actitud insegura y frágil, a pesar de estar muy consciente
de su fortaleza:
Página 16: Habitada por el pasado y perseguida del futuro, Mariana
cierra los ojos y busca su presente lejos, allá dónde los ojos conviertan su
otra vida en realidad.
El tema tan actual de la pandemia aparece en el cuento llamado “El cuarto
de los trebejos” en una escena cotidiana y angustiosa donde una mujer, para
curarse de la desesperación, se pone a reordenar su casa: en la secuencia de
acciones se desarrolla en forma simbólica un movimiento de purificación, luego
de que ella había expresado al inicio su estado de aislamiento:
Página 18: desde hace días me ha dolido el cuerpo: los ojos, los
brazos las rodillas y tobillos se quejan de ausencia; extrañan el roce las
miradas, los lugares, las vivencias, y también me echan de menos.
La autora hace gala de varias formas de textualidad: el monólogo, el
relato en primera persona, la correspondencia epistolar, la presencia de las
redes sociales y también el relato tradicional del narrador omnisciente, solo
que en forma moderna, instalando el punto de vista en la mirada de uno de los
personajes. Esta diversidad de discursos narrativos le da al libro una
vivacidad muy atractiva.
En el cuento llamado “Arturo de Córdoba” se presenta una irónica variante
de la época de oro del cine nacional, para contrastar el machismo que ya se
quedó de plano en el siglo veinte a pesar de que sigue latiendo en muchas
situaciones fallidas de la actualidad.
En este cuento se ve claramente que esta
obra es ante todo una divertida manera de contar historias y no un conjunto de
tesis filosóficas o políticas, aunque todas las acciones que se relatan se
expresa la humanidad de una nueva forma de sociedad a partir del pensamiento
feminista.
En el cuento que se llama “Luces encendidas” el discurso narrativo está
escrito con una original manera de construir el personaje, escrito con una
cuidadosa redacción que poetiza el estado de ánimo obsesivo:
Página 42: La primera vez que la vi todo se silenció en mi cabeza. Los
tics y las imágenes constantes desaparecieron. Cuando llevas a cuestas la
maldición de ser obsesivo compulsivo, en realidad no tienes momentos callados,
incluso en la cama estoy pensando: ¿Cerré las ventanas?, sí. ¿Me lavé las
manos?, sí. Pero cuando la vi a ella, en lo único que pude pensar fue en la
curva de sus labios, o la pestaña extraviada en su mejilla, extraviada en su
mejilla, extraviada en su mejilla.
En todos los cuentos el personaje es una mujer animosa, proyectada hacia
un futuro promisorio y muy contenta con su vida, a pesar de los titubeos de
inseguridad con los que Mariana tropieza en ocasiones. Aunque su cotidianidad
es sencilla, su alma es compleja en las palabras y en el pensamiento, que
alcanza alturas inesperadas; en su sonrisa irónica aparece también la ternura
bondadosa con la que esta mujer suele mirar a sus semejantes.
Pero antes que todo esto que se ha dicho está sobre todo un racimo de cuentos
deliciosos de leer.

Jesús Chávez Marín