FRANCISCO RODRÍGUEZ
Nunca ha sido tan atrozmente reprobado el sistema político mexicano
como en nuestros días. Los niveles de aceptación de sus mandatarios
jamás descendieron tanto a los infiernos, bajando tanto a población
abierta. El modo Tepetitán de gobierno no tiene comparación, en su caída
vertiginosa, con ningún otro parecido.
Para referirnos a los últimos cien años, por decir lo más agravante.
Ni con los badulaques del llamado Maximato callista, ni en el
catatonismo avilacamachista, ni en la fanática ambición desaforada del
alemanismo, ni durante el gorilato diazordacista, ni durante la noche
demagógica del echeverriato, se había visto una cosa así.
Tampoco en la frivolidad del lopezportillismo, ni durante los
momentos más pasmados del codicioso salinismo- cordobismo, ni en los
momentos más tristes y grises de Miguel de la Madrid, ni durante la
traición zedillista, ni en los momentos de mayor ignorancia del panismo
galopante, ni durante la fallida y voraz tolucopachucracia habíamos
visto esto que ahora se repite todos los días.
Nunca habían saqueado todos, familiares y favoritos, al mismo tiempo
Nadie, ningún régimen conocido por los mexicanos ha sido tan
brutalmente desnudado en sus objetivos de descomunal rapiña. Nadie había
sido señalado por llegar al poder con el único objetivo de robar, de
mentir, de traicionar, como esta clase de pasmarotes que ya tienen su
lugar en la historia bufa, a pesar de sus dos años de vida con
exposición pública.
Nunca habían saqueado todos, familiares y favoritos, al mismo tiempo.
Ningún régimen había sido preparado maquinadamente para destruir al
país y al sistema, burlarse de sus dolorosos saldos y entregar el
cadáver insepulto a sus críticos. Nunca, nadie, había enterrado toda
esperanza.
Los errores fundamentales y la traición son los extremos de la pinza
en la que se ha inmolado la naturaleza arbitraria y despótica de un
sistema político que apenas funcionaba, pero que sobrevivió noventa años
y tomó sus propias decisiones, a pesar del coraje social de sus
detractores.
Ni en los peores momentos llegamos al abismo de la ingobernabilidad
En La divina comedia, Dante Alighieri hace hablar a Virgilio
en el dintel de la entrada al infierno: “Oh, vosotros, los que entráis
aquí abandonad toda esperanza. Hemos llegado –dijo el poeta latino– al
lugar donde te he dicho que verás a la dolorida gente que ha perdido el
bien de la inteligencia”.
Así se ha perdido en México todo el sentido, la brújula y el timón de
un aparato político que fue emblema del manejo a veces brillante de la
cosa pública, porque tiene un buen rato que lo que llamamos país está
manejado desde la inconciencia, la comprobación del despojo y la
sospecha ciudadana harta de tanto malestar permanente.
Ni en sus momentos más execrables el sistema llegó, como ahora, al
páramo de la credibilidad, al abismo de la ingobernabilidad y la pérdida
de la confianza. El sistema había sido muy criticado por los luchadores
sociales de todos los tiempos, y lo que es peor, tenían razón.

Al sistema anterior al de la 4T se le criticó por casi todo lo que hacía
Al sistema político anterior a la época de las sustituciones, no de
la alternancia fallida de partidos en el poder, se le acusó con justicia
por haber optado por un modelo de modernización horizontal, sustentado
en una gran concentración de la riqueza para unos pocos, y de represión y
resignación para los más.
Se le juzgó en los medios críticos, de haber perdido los puntos de
referencia de nuestra identidad como pueblo, desde que los ignorantes
acomplejados masacraron a quienes sólo pedían elementales respetos a las
diferencias sociales y abogaban por la apertura económica y social.
Se le acusó de desregulación normativa, de la entrega sin descanso a
los financieros del exterior, la apertura comercial indiscriminada, y el
esquema de privatización de empresas productivas estatales, sepultado
la capacidad de mejorar el nivel de vida de las clases más necesitadas.
Se le juzgó por la nefasta dependencia crónica en todos los rubros.
Se le juzgó porque sus gobernantes electos habían perdido la razón
Con estricta justicia, se le atribuyó al sistema, a sus clases
administrativas perfumadas, recomendar la vía inflacionaria y el
endeudamiento bestial provocando el desplome monetario e incurrir
después en acciones fútiles y prosopopéyicas como la fantasiosa
nacionalización de la banca.
Se le acusó de sustituir y desplazar a los operadores políticos y
sociales para cambiarlos por patanes y simuladores de toda laya, que
siempre se escudaron en títulos supuestamente adquiridos en las
universidades extranjeras, cuyas recetas nunca tuvieron que ver con
nuestra realidad lacerante.
Se le juzgó porque sus gobernantes electos habían perdido el
equilibrio emocional, dejándose arrastrar por instintos degradantes,
tratando de imponer candidatos a puestos de elección popular, cuando ni
eran ni parecían, descomponiendo el escenario nacional de equilibrio en
el paralelogramo de fuerzas.
Se le acusó acremente de no entender que todo acto de gobierno supone
una ley previa y de ambicionar, a todo costo, que fuera la realidad la
que se ajustara a sus caprichos. De no promover los rostros de la Nación
que hubieran podido ser el obstáculo de las intervenciones extrañas.
El “caudillo” nunca conectará con las canchas. Diego Maradona sí
Lo peor de todo eso es lo que estamos viviendo en sólo dos años de
ejercicio. Un mandatario que de cualquier gancho se cuelga, que trata de
identificarse con el desaparecido ídolo argentino Maradona, expresando
que los unía la congruencia. Diego le contestaría en vida que nunca
quiso ser congruente. Hasta la palabra le fastidiaba.
El “caudillo” nunca conectará con las canchas. Diego sí, en los
homenajes fúnebres más parecidos a los de Eva Perón y Carlos Gardel que,
como decía Jorge Luis Borges, sigue cantando mejor, aún después de
muerto. Imposible las comparaciones, aunque sean extremas.
Todos los días tenemos un pueblo más pobre y hambriento, más infeliz
Lo que en realidad tenemos es un “caudillo” que ordena al Tribunal
Electoral del Poder Judicial de la Federación exonerar al hermano
incómodo, previa indignación de la Unidad de Inteligencia Financiera,
que no encontró nada violatorio en el expediente, cuando todos los
mexicanos vimos el desaguisado de corruptelas con el valedor de Chiapas