Como en España
todo es -por fortuna- objeto de discusión intensa, de manotadas aéreas y voces
fuertes, la reforma a la ley de educación ha provocado manifestaciones de miles
automóviles en su contra, excepción hecha de las provincias más autónomas de
todas las autonomías, las que tienen lengua cooficial: Cataluña y el País Vasco
por citar dos ejemplos claros.
La nueva ley educativa ha sido
bautizada Ley Celaá, por su promotora, María Isabel Celaá Diéguez, ministra de
educación de España. Se trata de una serie de reformas a la ley educativa que
rigió originalmente desde la caída del franquismo y la Constitución que de ese
hecho nació, y fue reformada finalmente en 1913.
La reforma actual es muy
compleja y aborda temas tan polémicos, hasta en España, como la exclusión de la
religión en las escuelas, la cancelación del subsidio -sí del Estado- a los
colegios particulares que segreguen por género, esto es salones de alumnos y de
alumnas; introduce lo que llamamos nosotros pase automático, esto es que los
que reprueben materias pueden pasar al grado inmediato superior; se propone
eliminar gradualmente los centros de enseñanza especial para los afectados por
discapacidades varias, para que dentro de diez años todos los discapacitados
vayan a las escuelas regulares. Se introduce la “educación afectivo-sexual”
desde la primaria.
Pero lo que detonó el
descontento ha sido la disposición de la nueva ley, que borra de su texto el
hecho de que el castellano es la “lengua vehicular de la enseñanza”, a la vez
que es la “lengua oficial del Estado”.
La intelectualidad, que según
canta Agustín Lara se emborracha en el Bar El Chicote en las calles de Alcalá,
ha protestado en contra de este principio y lo considera un atentado en contra
de la lengua que permite comunicarnos a más de quinientos millones de seres
humanos en el mundo, y que ha dado al mundo tantas piezas divinas de la
literatura como la coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, toda la
obra de Lope de Vega, El Quijote, la prosa de Camilo José Cela, Cortázar,
Fuentes, Cien Años de Soledad”, y
tantas cosas bellas que soñamos desde aquí, como dice Lara. Entre muchas obras
más.
La voz más vigorosa que se ha
levantado en contra de esa parte de la ley Celaá, es la de Mario Vargas Llosa,
peruano de nacimiento, español por decisión y autor entre otras piezas muy
dignas de inclusión en este texto, como Conversación
en la Catedral o La Ciudad y los
Perros. Premio Nobel de Literatura, por cierto.
La Academia Española de la
Lengua, y sus correspondientes de América Latina -entre ellos la de México- han
sido tibias en la defensa de la lengua española en la Madre Patria. En defensa
de la Madre Lengua. El respeto al Náhuatl, Zapoteco, Mixteco y toda la riqueza
lingüística autóctona en nuestro país es tan venerable como la defensa del
catalán, el vascuence o todas las otras hablas de España.
Pero el español es nuestra
lengua materna. Y no se trata así a una madre. El jueves pasado, en las Cortes
Españolas, los diputados dijeron sí a la ley Celaá; falta la aprobación del
Senado. La votación del jueves fue de 177, uno arriba del requerido para ser
mayoría.
En la democracia, se gana por un
voto; eso lo debería entender el señor Trump cuyo torpedeo a las elecciones ha
fracasado juicio por juicio, recuento tras recuento, aunque Biden no le haya
ganado por una cabeza, sino por millones de votos. Parafraseando a Vargas Llosa
en el primer párrafo de Conversación en
la Catedral: ¿en qué momento se jodió España?
APORTACIÓN
para la mañanera porque no me dejan entrar sin tapabocas: con todo respeto,
Señor Presidente, A los inexpertos del G20 les dijo usted sobre el Covid 19 que
nada por la fuerza, todo por la convicción. No al confinamiento extremo. Debe
usted tener razón: más de cien mil cadáveres -los contados oficialmente- le
respaldan.

felixcortescama@gmail.com