Los tiempos de crisis, cualquiera que sea su naturaleza, sin duda son o deben de ser tiempos de reflexión.
Cuando las circunstancias ordinarias de la vida cambian hasta el
punto de hacer inoperantes ciertos usos y costumbres, ha llegado el
momento de reconsiderar situaciones, reordenar prioridades, hacer pasar
por una crítica vital nuestros modos de percibir la vida y todas
aquellas cuestiones sobre las que la hacemos descansar.
Lo asentado en las primeras tres líneas de esta redacción pertenece
al ámbito de lo innegable, lo que no necesita de pruebas, lo que se
impone por su evidencia.
De la misma forma que se impone como evidente el hecho de que uno de
los ámbitos más afectados por la crisis en que nos ha metido la
incidencia del coronavirus, es el trabajo, el empleo, la forma en que
cada uno de nosotros consigue llevar el sustento a su casa, la forma en
la que, en su conjunto se asienta y sostiene la sociedad.
Como una consecuencia lógica de todo lo anterior, asentamos sin lugar
a duda alguna que hoy por hoy se hace más que necesaria, indispensable,
una reconsideración del trabajo, su comportamiento en la ciudad y el
sitio en el que hemos colocado las distintas formas de ganarnos el pan.
En el panorama de Ciudad Juárez resaltan como ejemplos dos
actividades laborales: La industria de maquila, como un muestra de lo
que es y debe de ser un trabajo para que una sociedad prospere, y el
comercio del alcohol como ejemplo de una actividad parasitaria que
creando pocas fuentes de trabajo, trae consigo una serie de males
sociales que hacen indeseable su existencia y convierten en deseable su
desaparición, o cuando menos, su reducción al mínimo posible en el seno
de la sociedad.
Pero, curiosamente, mientras la proliferación de los llamados antros
ha sido notoriamente favorecida por las autoridades, las cuales no han
dudado en brindarle protección superior a la que se brinda al trabajador
de maquila en contra de la violencia, la industria de maquila ha de
sustentar con sus propios recursos su operación sin verse favorecida por
asistencia gubernamental alguna.
Contrariamente a lo que ocurre con los bares, en donde se dispone
vigilancia policíaca para los llamados corredores nocturnos, el
trabajador de los segundos turnos enfrenta los riesgos de la
delincuencia sin protección alguna.
El colmo de los obstáculos que se han puesto por conveniencia
política y voracidad desmedida se percibe en el renglón del transporte,
donde nunca se ha permitido a una maquiladora operar sus propios medios
de transporte y si, por otra parte, se le brinda un servicio en donde
campea la irresponsabilidad y los accidentes con saldos graves
frecuentes.
La industria de maquila, con una generación de empleos cercana a los
300 mil y una derrama económica mensual superior a los mil quinientos
millones de pesos, deja enanos los supuestos beneficios de la ocupación
en bares y cantinas.
Y ahora, en tiempos de crisis, son precisamente los dueños de bares y
cantinas los que claman por apoyos para subsistir a las consecuencias
de las medidas de cierre dictadas en su contra, para evitar los
contagios de coronavirus.
Ciertamente que preocupa el que un trabajador o trabajadora de bar se
quede sin empleo y ciertamente que su problemática requiere de una
solución.
Pero en tanto la maquiladora no ha dudado en diseñar estaciones de
trabajo seguras y construir todo un esquema de salvaguarda de la salud
con grandes inversiones, a los dueños de bares tan sólo les ha alcanzado
la imaginación para sacar a la calle a sus trabajadores en protesta,
demandando la vuelta a las formas de trabajo de antes, que, huelga
decirlo, ya no pueden ser las mismas.
No es tarde para repensar nuestra situación actual cono miras a
favorecer para el futuro aquel modelo laboral que más sólidamente
sustente a nuestra sociedad.
Si la existencia de bares y cantinas, herencia de un prestigio
fronterizo como sitio de diversión dudosa y aún clandestina, es
irremediable, que ocupe su lugar, el lugar que le corresponde como
economía parasitaria, como economía incapaz de hacer frente a una
crisis, como forma de hacer dinero en actividades cuyos beneficios son
efímeros, aún para los propios dueños de esas negociaciones. Poco o casi
nada de bueno se construye sobre el alcohol.
Una valoración real de las autoridades a la importancia de la
industria de maquila en Ciudad Juárez sería, para empezar, el apoyo en
el transporte público, para que aquellas empresas que así lo quisieran
pudieran operar sus propios medios de transporte.
Basta ya de favorecer a personas e instituciones apropiadas del
transporte público, tan sólo porque sirven en oficios de acarreo con
fines electorales, o porque a lo largo de más de 70 años de priato
amalgamaron sus intereses a los de las autoridades en turno,
constituyendo un poder dentro del poder.
Otro aspecto que reclama inmediata atención a necesidades de la
industria de maquila es el de seguridad. No es posible que normalmente
el segundo turno tenga como consecuencia natural, sobre todos los días
de pago, el peligro.
Es tiempo de que la sociedad, aunque no tenga relación directa con la
maquiladora, se de cuenta de su dependencia de este sector y lo apoye,
lo revalorice, lo cuide y lo fortalezca. Eso dicta el sentido común
siempre, pero sobre todo en tiempos como estos, signados por la crisis y
la amenaza del desempleo.