Minúsculo pero poderoso, empecinado en
exacerbar en todos los órdenes la virulencia de la pandemia, un bloque
variopinto de adversarios del gobierno federal intenta sujetar el país
de pies y manos y tirar de estas extremidades hasta descoyuntarlo.
Cuidado.
Los componentes de este audaz grupo
están desperdigados entre el empresariado, los gobernadores, las
distintas fuerzas políticas, los expresidentes de la República, y, sobre
todo, la mayoría de los medios de comunicación, convencionales y redes
sociales.
Tienen intereses no sólo disímbolos,
sino en muchos casos francamente contrapuestos. Sin embargo, los
cohesiona un odio cerval por la pérdida de prebendas.
Están gobernados —lo han dicho de manera expresa— por el único objetivo común de pretender derrocar al Presidente López Obrador, o al menos, impedir la continuidad transexenal de la 4T.
Con tal de salirse con la suya, en su lance estos audaces mexicanos han llegado a extremos inauditos.
Han afirmado que el Jefe del Ejecutivo
se halla física y psicológicamente inapto para gobernar y, por lo mismo,
han llamado a desconocerlo de facto.
Han convocado a la ruptura del acuerdo
fiscal federal, invocado con escaso sigilo la sanción de calificadoras
de riesgo y la intervención de gobiernos foráneos, y hasta la ejecución
de un golpe de Estado o la formación de un gobierno de salvación
nacional…
Y han manifestado —con Jaime Rodríguez
a la cabeza— determinación incluso de romper el Pacto Federal, lo que
en términos llanos significaría desintegrar la nación. Ni más ni menos.
Desde sus sulfurados espacios de opinión
critican todo y a todas horas. Parafraseando al clásico podría decirse
que no hay ají cuya pungencia resulte placentera a estos antagonistas de
un gobierno legitimado con 30 millones de sufragios, 53 por ciento de
los votos emitidos.
Al margen de toda consideración ética,
esos opositores infravaloran sin más argumentos que el rencor la
estrategia sanitaria, la suficiencia, origen, calidad, oportunidad,
licitación y costo de los materiales e insumos clínicos.
Y el volumen de pruebas de diagnóstico o el uso de equipo médico —¡Juegan a ser Dios!— con apego a un proyecto bioético.
Objetan los tiempos de aplicación de las
distintas fases de la peste. Y, con total irresponsabilidad, adjudican
al Jefe del Estado tempraneras culpas por una eventual mortandad que
sólo ellos desean.
En un indecente uso de la pandemia con
fines politiqueros, con la mirada puesta en las elecciones federales del
año próximo, estos contumaces críticos han perdido el pudor, y la
magnitud de sus falacias es cada día más grande.
Con la actitud de esas mujeres que un
buen día pierden la vergüenza y se echan a andar, a la mitad de la calle
—como diría Campoamor— “haciendo eses de amor con las caderas”,
aventuran pronósticos sin más bases científicas que los dictados de las
vísceras, o inventan reuniones internacionales que terminan a los
golpes.
Luego, anuncian mentirosamente la
llegada de la fase 3 o difunden fotos de cadáveres amontonados en
hospitales de otros países, con la infame aseveración de que se trata de
nosocomios mexicanos.
Y después, distorsionan con descaro los dichos de los voceros del sector salud.
Si el médico Hugo López-Gatell
señala que las mascarillas son innecesarias o sólo relativamente útiles
en sitios despejados, pero de uso obligado en aglomeraciones, ellos
difunden la torcida versión de que las autoridades desaconsejan el uso
de tales adminículos en toda circunstancia, incluidos el Metro y el
transporte público en general.
Y si, por la razón que sea, Donald Trump
sale al rescate de México en la OPEP, se atizan sospechas de acuerdos
inconfesables y hasta se aduce ¡objeción de conciencia! —lo hizo un
conductor de noticias por radio— para abstenerse de dar la versión
gubernamental del episodio, y, en cambio, perifonear con toda potencia
la prejuiciosa lectura del radioperiodista.
La ruptura del Pacto Federal ha sido planteada por el autonombrado Bronco
con el cuento de que él y sus paisanos aportan 10 por ciento del PIB y
sostienen económicamente el país, y a cambio les es devuelta una bicoca
en participaciones federales.
Con menos énfasis, tal argumentación es avalada por los gobernadores Miguel Riquelme, Francisco García Cabeza de Vaca, Carlos Mendoza Davis y Javier Corral.
¡Como si México no fuese la
confederación de entidades solidarias que es, no la convenenciera
coalición de estados mezquinos en que buscan convertirlo!
Es claro que en todos estos gobernantes, pero sobre todo en el neoleonés, late el ideario del Alfonso Martínez Domínguez, de tan cara memoria por los pagos del cabrito.
A modo de anécdota, vale recordar que en
los lejanos 80, en un encuentro con periodistas, fue menester rebatirle
al artífice del halconazo, sin consideraciones, su sesgada e interesada visión del desarrollo del país.
A decir de aquel polémico político su
estado —en particular Monterrey— es asiento de diez de los más poderosos
grupos financieros, gracias nada más que a su esfuerzo, talento,
dedicación y voluntad de trabajo, capaz de sacarle jugo a las piedras y
haber hecho producir al desierto. Sí, Chucha.
Los habitantes del sur del país, en
cambio, son pobres porque —según él— son asimismo constitutivamente
flojos, impreparados, de una madera distinta de los regios —hechos
emprendedores por la divinidad—; atenidos aquellos a que la naturaleza
por sí sola les provea alimento, y perezosos hasta para estirar la mano y
tomarlo de donde se halla.
El gobernador neoleonés 1979-1985 narró
su experiencia de una visita al Istmo de Tehuantepec y la imagen que
desde entonces guardaba en la retina: un hombre tirado en la hamaca, a
las 11 del día, mientras su esposa batallaba con los quehaceres
domésticos. “Son holgazanes los sureños”, se solazaba el neoleonés.
Fue menester decirle a Martínez
Dominguez que los habitantes del sur de la República no son haraganes y
que la naturaleza no hace unos seres humanos flojos y otros muy
emprendedores.
Decirle, además, que los regios
potentados lo son porque los pobladores del sur están pobres. Y que esto
es así porque durante décadas el presupuesto nacional se ha canalizado,
de manera preferencial, al desarrollo y la industrialización del norte
del país.
Fue necesario recordarle que la
prosperidad norteña es resultado de insumos y servicios —ferrocarriles,
electricidad, combustibles—llevados desde el sur y durante décadas a
precios subsidiados, a costa de los operarios, productores y
consumidores sureños.
Y decirle, también, que la prejuiciosa
imagen del hombre tirado en la hamaca era típica de un político logrero,
en visita de pisa y corre en pos de votos, ignorante de que aquel
hombre de seguro descasaba después de haberse hecho a la mar en la
madrugada, único horario de trabajo factible en un trópico tan
inclemente como el desierto.
Valga esta recapitulación ahora que,
acaudillados por sus gobernadores y un puñado de embravecidos
detractores del gobierno federal, con el coronavirus como estandarte,
habitantes del norte han desempolvado absurdos anhelos de secesión y aún
de anexión a los Estados Unidos.
Frenemos entre todos semejantes desafueros.
aureramos@cronica.com.mx