La gran mayoría de los países están tomando medidas rigurosas contra
la pandemia del COVID-19, incluyendo algunas que parecen excesivas (y
que están siendo revisadas, porque si se aplican en forma drástica
serían, sencillamente, impracticables), como la cancelación de viajes
entre Estados Unidos y Europa por 30 días que decretó el presidente Trump.
Pero el gobierno federal parece mantener la calma y el presidente López Obrador
sostiene que no se debe exagerar la situación e, incluso, que la
generalización del temor es algo así como una nueva conspiración
conservadora.
Es verdad que hay que mantener la calma. Nada es peor ante
situaciones de riesgo y vaya que una pandemia lo es, que el miedo, que
puede llevar a tomar decisiones irracionales e, incluso,
contraproducentes. Pero entre el mantenimiento de la calma y la inacción
o la irresponsabilidad a veces hay una distancia corta.
En términos de salud pública, estamos viviendo una crisis que
trasciende el tema del coronavirus: el reemplazo del Seguro Popular por
el Insabi ha sido, en buena medida, caótico y, al mismo tiempo, el
desabasto de medicamentos no se ha solucionado. Lo sucedido en el
hospital de Pemex, en Tabasco, donde han muerto varios pacientes (los
familiares aseguran que son más que los cinco oficialmente reconocidos)
por la aplicación de medicinas adulteradas es una demostración de lo
profunda que es esa crisis.
La pandemia nos encuentra mal preparados para enfrentarla. Es verdad
que tenemos un cuerpo médico capacitado y que, incluso, la forma en que
se trató el H1N1 ha dejado experiencias sobre cómo actuar ante ese tipo
de emergencias. Pero pareciera que, quizás para demostrar que “no somos
iguales”, ahora se quiere proceder en forma muy distinta a como se actuó
en 2009, cuando también confluyeron una crisis económica global con una
epidemia que amenazaba convertirse en pandemia.
Ni en términos de salud ni económicos estamos abrevando de aquella
experiencia que fue, hay que decirlo, exitosa, tanto en frenar el avance
de la enfermedad como en mitigar las consecuencias de la crisis
económica.
Resulta extraño, por ejemplo, que no se tomen medidas adicionales
ante decisiones como las de nuestros principales socios comerciales, que
están cancelando vuelos y aislando comunidades. Algunas de las medidas
que anunció el presidente Trump parecen exageradas y
contraproducentes, como la cancelación de vuelos con Europa, pero no se
puede simplemente ignorarlas. Se anunció que México no restringirá esos
vuelos, que, en ese sentido, seguiremos con una política de cielos
abiertos e, incluso, se especuló en que México podría ser la puerta de
entrada de quien quiera llegar a la Unión Americana.
Pero, ¿qué pasará si la enfermedad se instala en nuestro país?,
¿tenemos medidas preventivas suficientes para controlar a todos los
viajeros internacionales? Por lo menos en el aeropuerto capitalino esas
medidas parecen ser muy indulgentes. ¿Tenemos siquiera las suficientes
pruebas para confirmar casos de coronavirus? Porque Estados Unidos no
las tiene. Por cierto, ¿cómo puede ser que del otro lado de la frontera
haya algunos miles de casos y que en México sólo tengamos doce, por lo
menos hasta el momento de escribir estas líneas? ¿Estamos preparados,
por ejemplo, para un cierre parcial de la frontera con Estados Unidos,
algo con lo que Trump ha especulado muchas veces, más aún en plena campaña electoral, si crece la enfermedad en México?
Todas esas y muchas otras más son preguntas que hoy no tienen
respuesta. Menos la tienen las repercusiones en el ámbito económico.
Ayer, la BMV se desplomó, el dólar alcanzó máximos históricos, mientras
el precio del petróleo sigue por los suelos. La respuesta gubernamental
sigue siendo decir que estamos blindados, sin tomar medidas
adicionales serias de fondo y argumentando que vamos a refinar más
petróleo, cuando los especialistas e inversionistas insisten en que
meter más dinero a refinación y a proyectos como Dos Bocas es lo que
terminará llevando a Pemex a la quiebra.
Gastamos la mitad del fondo de contingencia, unos 150 mil millones de
pesos, para financiar, el año pasado, a Pemex, y las pérdidas de la
empresa aumentaron en un 90 por ciento. Es invertir dinero bueno en lo
malo. Las políticas energéticas que se reclaman desde la iniciativa
privada siguen estancadas y la estrategia gubernamental no se ha movido,
a pesar de todas las evidencias en su contra.
Hoy, el presidente López Obrador cerrará la
Convención Bancaria en Acapulco. Si no lleva mensajes nuevos, si no
logra recuperar la esperanza y las expectativas entre los empresarios y
financieros, entre los inversionistas, las repercusiones en los mercados
la próxima semana seguirán siendo muy negativas. Entre la pandemia, el
dólar y el petróleo estaremos atrapados.