Si en un momento la contundencia de la victoria hacía suponer la
solidez imbatible e infinita de la incipiente 4T, poco a poco el enorme
bloque del poderío político ha comenzado a presentar pequeñas grietas,
fisuras seguramente sin importancia por ahora, pero cuya dimensión
podría crecer con el tiempo. El poder desgasta, pero el poder mal
ejercido desgasta más rápidamente.
Los recursos oratorios, las asambleas populacheras, simultáneamente
defensivas y evasivas, del Señor Presidente comienzan a perder eficacia.
De tanto repetirse comienza a no convencer.
Ya no es posible, ni creíble achacárselo todo al mal ejercicio de gobiernos pretéritos.
Si fue hábil —por ejemplo—, atribuirle a la inmoralidad
administrativa la vengativa cancelación de las estancias infantiles (era
un programa del panismo calderonista y merecía por eso la extinción),
ahora ya no es posible hallar un incauto cuya credulidad se satisfaga
con la explicación de los feminicidios como inevitable herencia
conservadora.
El demonio neoliberal no fue tan poderoso como para sembrar una
injusticia histórica contra las mujeres, presente desde el principio de
los tiempos. La historia de la Nueva España comienza cuando el
conquistador recibe como regalo a una mujer bilingüe, esclavizada y
sometida por dos culturas, la suya y la impuesta.
Cortés regaló luego a La Malinche —paridora y madre forzada— como
quien se deshace de un silla de montar. Pero esa ira acumulada parece no
ser comprendida ahora por quienes siempre se dijeron intérpretes de los
derechos de las mujeres.
Las modas de paridad, los recursos escenográficos en el casting político
para poner secretarias, ministras y demás en condiciones de parejura,
no bastan para contrarrestar la inercia de los siglos de silencio y
sometimiento. Al menos eso dicen las feministas, cuyo grupo ya abarca
casi a la totalidad de las mujeres del país. O al menos influye en
todas.
Y este movimiento cuya dimensión nos augura su perdurabilidad, más
allá del paro nacional del día 9 —el único acto masivo realmente notable
en años--, no ha sido comprendido, ni en su origen ni en su evolución
por el gobierno, cuyos titubeos lo ponen en una mala situación.
La única forma de comprender algo es reconocer cuando ese algo no se
entiende. Tratar de entender es un camino para saber. Cuando se cree
tener todas las respuestas y saber todo de todo, se termina por no saber
nada.
En la política se puede perder todo, menos el sentido de la realidad.
Distinguir entre lo real y lo falso, debe ser el talento principal del
hombre público.
Otro riesgo del gobierno estriba en su desorganización. Los
programas sociales pasaron de la entrega corporativa al suministro
individual. El Señor Presidente creyó hallar así el fin de los moches y
las rasuradoras.
Y eso estuvo bien. La entrega directa garantiza —en teoría— la
limpieza de la distribución, pero no la eficacia del reparto. Por eso le
gritonearon en Tabasco. No llegan todos los apoyos ni se sienten
satisfechos todos los beneficiarios, quienes, por otra parte, siempre
van a exigir el brazo cuando se les tienda la mano.
Y si llegan a tenerlo, pedirán el otro brazo y luego las piernas. El
paternalismo económico, el reparto de dinero, la cultura de la dádiva,
no tienen límites. Siempre algunos se van a sentir desatendidos, sin
suficiente apoyo o injustamente tratados. Es condición humana.
El problema para los fines de este gobierno consiste en la necesidad
de una distribución masiva y oportuna de las dádivas. En eso radica su
posibilidad de perdurar. La Cuarta Transformación pasa por la condición
electoral: si me dan dinero, vale; si no, no.
Los preminentes pobres del discurso, no juzgan la redención de PEMEX
o la soberanía o la honestidad pública: ellos quieren su pensión por
vejez, maternidad solitaria, invalidez, miseria o cuanto se quiera
agregar: becas, empleos, siembras, arbolitos, empleos imaginarios a
futuro, cualquier cosa, pero siempre con la seguridad de una plata
contante y sonante.
Si eso no funciona, se perderán algunas elecciones.
Y el Señor Presidente ha dicho en tono de queja sobre el interés
electoral: ¡desde ahora ya están pensando en eso!; pero quienes de tal
cosa se ocupan son los políticos, los grillos, los profesionales; no los ciudadanos de a pie. Esos somos botín de urna.
Otra fisura está en el sector sanitario. La crisis hospitalaria no
necesitaba el coronavirus para hacerse presente, pero ya lo tiene. Hoy
la alarma no necesita del amarillismo local para esparcirse. Las
noticias del extranjero son suficientes.