Baja California solía ser sinónimo de democracia. En los ochentas,
junto con Chihuahua, ahí comenzó el largo proceso de democratización en
los estados que, eventualmente, terminó con la pérdida del poder del PRI
autoritario a nivel federal en las elecciones de 2000. Hoy, en cambio,
Baja California se está convirtiendo en sinónimo de regresión
autoritaria. Un ejemplo palpable de cómo la democracia puede pudrirse.
Fui testigo de primera mano de la elección histórica en Baja
California en 1989. Estuve ahí. Me tocó ver cómo, a pesar de que el
gobierno federal se volcó a favor de la candidata del PRI a la
gubernatura, acabó ganando la oposición panista.
Era el año uno del sexenio de Carlos Salinas, quien había llegado a
la Presidencia después de una elección muy cuestionada. Los de Baja
California fueron los primeros comicios de gobernador de un Presidente
al que le importaba mucho mantener la hegemonía del PRI. Fueron,
también, los primeros de un joven y ambicioso político, Luis Donaldo
Colosio, quien se desempeñaba como dirigente nacional del tricolor.
El PRI-gobierno, como solía llamarse a esa poderosa combinación en
esos días, echó toda la carne al asador para continuar gobernando Baja
California. El Presidente Salinas designó a Margarita Ortega como la
candidata priista. Todos los secretarios de Estado peregrinaron a ese
estado para apoyarla. El dinero fluyó a raudales.
Pero los bajacalifornianos estaban hartos de tantos malos gobiernos.
En Ensenada surgió la figura carismática de Ernesto Ruffo, presidente
municipal de esa ciudad. En el verano de 1989 se había estrenado, del
otro lado de la frontera, la película de Batman que generó una
batimanía. Del lado mexicano, en Baja California, se hablaba de la
ruffomanía. El candidato panista a la gubernatura llenaba las plazas.
Las encuestas perfilaban una elección peleada con un margen a favor de
Ruffo sobre Ortega.
El panista acabó ganando por más de diez puntos porcentuales. Algunos
priistas se rehusaron a aceptar los resultados. El sempiterno líder de
la CTM, Fidel Velázquez, declaró que ellos habían llegado al poder a
balazos y no los sacarían con votos. Salinas, que ya tenía en la mira un
posible tratado comercial con Estados Unidos, sabía que el sistema no
podía robarse las elecciones como hizo en Chihuahua en 1986.
Al final, aceptó la realidad. Colosio reconoció los resultados. Por
primera vez en la historia posrevolucionaria, un candidato no priista se
convertiría en gobernador y Baja California en sinónimo de democracia.
Los panistas gobernaron 30 años. Cinco sexenios donde se fue
deteriorando la eficacia y honestidad del gobierno. El último gobernador
panista, Francisco Vega, acabó siendo muy impopular bajo la sombra de
una corrupción generalizada. Después de tantos años de panismo, Baja
California estaba lista para la alternancia.
Este pasado junio, el PAN finalmente perdió la gubernatura. El
problema es que, desde la campaña, surgió un movimiento para cambiar las
reglas de la competencia. La gubernatura en disputa era para dos años
con el fin de emparejar el calendario electoral del estado con las
elecciones intermedias federales.
Sin embargo, el candidato que iba arriba en las encuestas, el
morenista Jaime Bonilla, promovió una serie de recursos para ampliar el
mandato a cinco años. El Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación revocó este grosero intento y decretó una gubernatura de dos
años.
Bonilla arrasó en las elecciones. Acto seguido, el Congreso vigente
cambió la Constitución estatal para ampliar el mandato del nuevo
gobierno a cinco años. Otro grosero abuso de poder. La llamada Ley
Bonilla no ha sido publicada por lo que no se ha podido desafiar. Cuando
así ocurra, seguramente la Suprema Corte la declarará
inconstitucionalidad.
Ahí quedará, sin embargo, el intento de la nueva clase gobernante de
Baja California de cambiar las reglas para extenderse su periodo en el
poder. No debería sorprendernos. Muchos dentro del círculo de Bonilla
son expriistas que, como buenos oportunistas, saltaron al barco de
Morena. Ahí está, por ejemplo, su principal operador, Amador Rodríguez
Lozano, quien maniobró para que el Congreso ampliara el mandato a cinco
años.
Baja California huele a regresión autoritaria. Muchos priistas están
de regreso ahora vestidos de morenistas. Como siempre, les importa en un
bledo la democracia. Lo de ellos es el poder y no lo van a soltar. Si
Baja California fue sinónimo de democracia hace 30 años, hoy es un
ejemplo de cómo ésta puede pudrirse en el tiempo.