El caso Rosario Robles, está claro, es un puchero en
el que flotan traiciones políticas, ánimos de venganza, chantajes
sentimentales, fallas administrativas y choques ideológicos, entre otros
ingredientes. Nada de esto, sin embargo, alcanza para eclipsar la
realidad: Están perdidos ¡más de cinco mil millones de pesos de todos
los mexicanos!
Se esfumaron esos recursos, mediante un modus operandi
esquemático, en su mayor parte mientras Robles despachaba en la Sedesol y
la Sedatu. Pero la lumbre ya alcanzó los aparejos de Enrique Peña
Nieto, José Antonio Meade y Luis Miranda, y amenaza incendiar la
pradera.
Se antoja improbable, al menos de momento, que Peña Nieto sea
imputado, si —como afirma el abogado Julio Hernández Barros—fue
notificado de gruesos hechos de corrupción unas veces por teléfono y
otras en asientos de avión, nunca por escrito.
Otro tanto puede decirse de Meade, a quien —de nuevo, según el
abogado Hernández Barros—se puso en conocimiento de la Estafa Maestra
vía el acta de entrega-recepción, avisándole “en sólo dos líneas”, que
“había auditorías pendientes”.
Peña Nieto no se ha visto mal, sino pésimo, ante la situación;
patéticamente acobardado, con un mutismo mineral, sin arrestos ni
siquiera para hacer una defensa política, pública, caballerosa, de quien
fue su colaboradora. Y está por verse cuánto más resistirá antes de
acabar chamuscado.
En relación con Meade, la cosa es diferente. Fue exculpado por
Santiago Nieto, pero la fiscalía de Alejandro Gertz Manero ya tiene
denuncias de la Auditoría Superior que lo relacionan con hechos
idénticos a los del caso Robles, conocidos desde la campaña electoral,
concernientes a las universidades de Zacatecas y Chiapas.
El excandidato presidencial del PRI visitó, en malogrado sigilo, a
Arturo Herrera. Lo hizo acompañado por José Antonio González Anaya, un
convencido de que la Estafa Maestra no existe más que como escándalo mediático.
A principio de mayo de 2018, cuando el tema ya cumplía ocho meses —había estallado en septiembre de 2017, en el portal Animal Político—y él medio año al frente de Hacienda, González Anaya minimizó, desdeñó de plano, el trabajo periodístico sobre este asunto.
Según el entonces titular de la SCHP —lo dijo en su despacho a
periodistas— la investigación en que se fundó el reportaje sobre la Estafa…
era nada más que una patraña. Porque, “toda esa información, toda, está
en el portal de transparencia del gobierno; puede conocerla cualquiera
que entre” al portal.
Por lo pronto, hizo bien el juez Felipe de Jesús Delgadillo Padierna
al decretar la prisión preventiva de la exfuncionaria. Está dentro de
sus facultades y el asunto amerita tal fallo por evidencias documentales
que suscitan dudas de índole residencial; pero, sobre todo, por la
dimensión y gravedad del caso.
En un país con larga tradición en fugas de delincuentes de cuello
blanco, en modo alguno resulta descabellado pensar que la extitular de
la Sedesol podría emular a César Duarte y Emilio Lozoya, o en su momento
a Javier Duarte y Roberto Borge, o más atrás, a Mario Villanueva y a
Tomás Yárrington. O a Armando León Bejarano, Arturo Durazo Moreno y
Manuel Muñoz Rocha, entre muchos, muchos más.
¿Se imagina alguien la chismografía y las acusaciones al gobierno en
el hipotético caso de que Robles —quien para muchos es, en efecto, una
estafadora de grandes ligas— estuviese en calidad de prófuga de la
justicia en algún lugar del mundo, inalcanzable para el brazo de la
ley?
Regatearle al juez su derecho a resolver, en el sentido que lo hizo
—como aducen voces claramente interesadas—, apunta a tratar de sembrar
el argumento de violación del debido proceso, con miras a cosecharlo en
forma de exoneración e impunidad.
Por ello resulta plausible el firme espaldarazo que le dio el Consejo
de la Judicatura Federal, así se trate de un sobrino de Dolores
Padierna y por afinidad, de René Bejarano.
Es lamentable, en todos sentidos, la situación que atraviesa la
destacada política proveniente de la izquierda más radical, a quien
—justo es reconocerlo— hasta ahora nadie le atribuye haberse robado ni
un solo peso.
La imputación legal en su contra apunta a un desempeño deficiente de
su encargo, ya sea por negligencia, incompetencia o complicidad.
Y, desde el punto de mira político, se presumen omisiones suyas para
dejar hacer a algunos de sus colaboradores, en beneficio
político-electoral —y patrimonial— de terceros.
En medios de opinión la Estafa Maestra, en cuyo epicentro se
halla Robles, ha dado pie a la suposición de que es consecuencia
únicamente de la “traición” política a Andrés Manuel López Obrador y un
supuesto afán de revancha del mandatario.
Supuesta traición que se habría traducido en toda una gama de
acciones del grupo político hegemónico, en el inútil empeño por minar
el camino del tabasqueño al poder.
Obstinación ésta en la que jugó papel estelar Carlos Ahumada, con
quien Robles —a juzgar por desencuentros públicamente ventilados—vivió
una relación de tango, de amargo desenlace, con una grela engrupida por
un rufián.
En el terreno ideológico, sus antiguos camaradas le recriminan a la
política recluida en Santa Martha el haber transitado del maoísmo al
priismo empanizado.
Como si tal transformación significase un caso único, no una harto
extendida práctica de contorsionismo político, parecen solazarse en la
desgracia de la exfuncionaria, prestos a cantarle aquello de “vos
rodaste por tu culpa/ y no fue inocentemente”.
Al analizar este espeso caso de corrupción no faltan quienes lo
interpretan como resultado exclusivo de las vicisitudes de índole
estrictamente personal en la azarosa biografía de la exsecretaria de
Estado.
Tal como cuando, al citarse el nombre del excandidato presidencial
del PRI, aparecen quienes aducen que es un hombre honesto y un político
sin mácula, además de un economista de excepción, a quien por razones
electorales se busca llenar de lodo.
O, si de Peña Nieto o Miranda se trata, hay quienes alegan
persecuciones y cortinas de humo para esconder incompetencias y
deficiencias del presente.
Pierden de vista lo esencial quienes así proceden: En las arcas
públicas faltan más de cinco mil millones de pesos. Y es imprescindible
determinar dónde quedaron.